Luján y Pablo son una pareja de médicos clínicos que trabajan en el servicio gratuito de asistencias médicas, SAME, y decidieron para proteger a sus hijos aislarse completamente.»Lo que iba a ser por unos días se transformó en un lapso de dos meses (desde mediados de marzo hasta mediados de mayo) y lloré todas y cada una de las noches. Fue muy duro para ellos y para nosotros»»El año pasado Santino había estado internado con broncoespasmos y pensamos que lo mejor era cuidarlo, aunque el virus en los chicos es más leve. Trabajar en salud ya es un factor de riesgo y no se sabía mucho sobre la enfermedad. Para que los chicos no sintieran tanto la ausencia, no solo los contactaban durante el día. Luján y Pablo grababan videos en los que leían un cuento para que se pudieran ir a dormir con una de las historias que siempre compartían en los tiempos de la llamada «vieja normalidad»»Tenemos un libro que se llama 101 cuentos para dormir y todas las noches los abuelos les mostraban nuestros videos. Para nosotros, era importante que nos vieran, que supieran que no los habíamos abandonado», cuenta Pablo.Ahora, a quienes Luján, Pablo, Santino y Benja visitan y saludan solo desde la vereda es a los abuelos maternos. «Santi ve a mi mamá y no le da mucha gracia. Me abraza fuerte y después se relaja», dice entre risas la madre y médica.»Una emergencia médica tiene un principio y un final -cuenta Pablo desde la experiencia diaria-, pero esta pandemia aún no tiene final. Esto es una incertidumbre y una angustia constante. Por eso, lo que todos podemos hacer ahora es cuidarnos, que es lo mismo que cuidar al prójimo y a los que más queremos».
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